Las historias que me susurra cada vez que veo por la ventana

Como me quiero ver. Como realmente me veo.

¿Alguna vez te has detenido a observar con atención el mundo que se despliega cada vez que veo por la ventana? No me refiero a un simple vistazo fugaz, sino a una mirada profunda, contemplativa, que busca desentrañar los secretos que se esconden detrás de cada hoja que baila con el viento, cada nube que navega por el cielo, cada rostro anónimo que transita por la calle.

Cada vez que veo por la ventana, se activa en mí un torrente de emociones, pensamientos y recuerdos. Es como si la ventana se convirtiera en un portal mágico que me conecta con lo más profundo de mi ser y me permite viajar a través del tiempo y el espacio sin moverme de mi lugar.

A veces, cada vez que veo por la ventana, me invade una profunda sensación de paz y serenidad. La simple observación de la naturaleza, con su ritmo pausado e imperturbable, tiene el poder de aquietar mi mente y aquietar el torbellino de pensamientos que a menudo me acompañan. En esos momentos, siento que formo parte de algo más grande, que estoy conectada con la energía vital que fluye por todo lo que me rodea.

Otras veces, cada vez que veo por la ventana, despierta en mí la curiosidad y el deseo de aventura. Los edificios imponentes, las calles bulliciosas y las luces que titilan en la distancia me invitan a explorar nuevos horizontes, a descubrir lugares desconocidos y a vivir experiencias inolvidables. Siento que la vida palpita allá afuera, llena de posibilidades infinitas, y una fuerza irresistible me impulsa a salir y formar parte de ella.

Pero no siempre cada vez que veo por la ventana encuentro belleza y armonía. También hay momentos en los que la tristeza, la nostalgia o la preocupación se apoderan de mí. Ver la lluvia caer sin cesar, un árbol despojado de sus hojas o un rostro que refleja dolor puede sumirme en un mar de emociones encontradas. Son instantes en los que me enfrento a la fragilidad de la vida, a la fugacidad del tiempo y a la complejidad del alma humana.

Sin embargo, incluso en esos momentos de oscuridad, cada vez que veo por la ventana encuentro un atisbo de esperanza. Porque sé que, después de la tormenta, siempre llega la calma, que las hojas volverán a brotar en primavera y que, tras cada rostro triste, se esconde una historia de lucha y resistencia.

Cada vez que veo por la ventana, aprendo algo nuevo. Aprendo a observar, a escuchar, a sentir. Aprendo a conectar conmigo misma, con mis emociones y con el mundo que me rodea. Aprendo a valorar la belleza de lo cotidiano, la magia de lo inesperado y la importancia de vivir el presente con intensidad.

Te invito a que tú también te unas a mí en este viaje interior. La próxima vez que te sientas abrumado, desanimado o simplemente necesites un momento de pausa, acércate a la ventana y observa con atención. Deja que tu mirada se pierda en el horizonte, que tus sentidos se impregnen de los colores, los sonidos y los aromas que te rodean. Permítete soñar despierto, imaginar historias fantásticas y descubrir la belleza que se esconde en cada detalle.

Cada vez que veo por la ventana, recuerdo que la vida es un regalo, un viaje único e irrepetible que debemos aprender a disfrutar en cada instante. Porque, al final, lo único que realmente importa son las experiencias que vivimos, las emociones que sentimos y el amor que compartimos con los demás.

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